
Miro a través de la ventana a la lejanía.
El cielo se oscurece cada vez más dando paso a la noche.
Las nubes grises y esponjosas chocan contra las cumbres de Güímar, vertiendo sus lágrimas sobre El Valle.
El Pico Cho Marcial se alza imponente y vigilante, tan hipnótico que cuesta apartar la mirada.
Aunque la situación es impredecible y desoladora, sigo viendo la belleza a través de los cristales.
Pienso en lo afortunados que somos por vivir en un planeta tan hermoso, rico y variado.
Pienso cómo lo tratamos, cómo agradecemos a la naturaleza todo lo que nos brinda y mi corazón se encoge.
La amenaza que nos azota, invisible al ojo humano nos enseña una doble lección:
- la fragilidad de nuestra especie, el fugaz y limitado espacio de tiempo que se nos ha dado.
- el hecho de que si todos unidos miramos en la misma dirección, podremos con todos los retos que se nos impongan, pues formamos parte de un todo.
Esta reflexión la escribí en una tarde fría y lluviosa de Marzo, contemplando el paisaje a través de la venta del despacho, un día triste pero del que aún se podían extraer enseñanzas.